Descripción
Si aceptamos que la integridad de un individuo, una comunidad, una nación depende de la memoria -esa capacidad de registrar, conservar y reproducir hechos propios y ajenos-, es imposible frenar la acción persistente del pasado en el presente. En América Latina, el terrorismo de estado hizo estragos: secuestro y desaparición de personas, exilios forzados, tortura y persecución política. ¿Cómo forjar la memoria colectiva sin pretender un uso neutro, sin acelerar los duelos, sin autoengaños groseros?